viernes, 23 de octubre de 2009

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La chica permanece inmóvil, sobre la arena. El mar de fondo apenas es audible con la lluvia que, torrencialmente, inunda las calles. La lluvia, que cae con más fuerza, atravesando la piel, como lanzas pequeñas que hieren, incide sobre la chica violentamente.

La chica sigue inmóvil. La noche ha caído, y con ella un manto de niebla, humedad y frío. Las tormentas suenan de fondo. Los relámpagos se reflejan en el negro mar.

Amanece. Desde mi cama, observo cómo los haces de la luz se abren hueco por las rendijas de mis persianas, la atraviesan, y me reflejan en la cara. Pongo las palmas de las manos extendidas, para protegerme y me entretengo en jugar con la luz y mis manos. Miro alrededor, y veo las diminutas moléculas de polvo flotar, en cada haz de luz.

Ha parado de llover, y la chica, ha despertado. Entumecida, sucia, mojada… El sol brillante intenta calentar su cuerpo.

Amanece. La ciudad va despertando lentamente. Del silencio de la noche sólo queda un recuerdo tenue. Lo sueños se desvanecen. La ciudad despierta, y así, mueren las fantasías, los sueños, las personas…

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